
Guión Nené Traviesa (Versión ajustada)
Versión teatral ajustada de Luciano Puentes, del cuento Nené Traviesa, del poeta cubano José Martí.
Nota del plagiador: Por mera satisfacción, y con el afán de sentir la esencia del maestro; he conservado al máximo el texto del poeta: parlamentos, acotaciones, ambientación, escenografía… Disfrutad no solo la puesta en escena, sino la misma lectura de este libreto (Puede que algunos fragmentos hayan quedado aquí solo para el disfrute de la lectura).
Ambientación inicial global: La Villa de San Cristóbal de la Habana, siglo XIX. ¡Alzase el telón! Y la magia del amor familiar recorre el laberinto de nuestros juicios…

Personajes:
Nené Traviesa
Papá
El padre camina de regreso a casa luego del trabajo. A todos le cuenta sobre su hijita.
Papá: ¡Quién sabe si hay una niña que se parezca a Nené! Un viejito que sabe mucho dice que todas las niñas son como Nené. (Meditabundo, pero alegre) A Nené le gusta más jugar a “mamá”, o “a tiendas”, o “a hacer dulces” con sus muñecas, que dar la lección de “treses y de cuatros” con la maestra que le viene a enseñar.
Porque Nené no tiene mamá: su mamá se ha muerto: y por eso tiene Nené maestra. () A hacer dulces es a lo que le gusta más a Nené jugar: ¿y por qué será? ¡Quién sabe! Será porque para jugar a los dulces le dan azúcar de veras: por cierto que los dulces nunca le salen bien de la primera vez: ¡son unos dulces más difíciles!: siempre tiene que pedir azúcar dos veces. Y se conoce que Nené no le quiere dar trabajo a sus amigas; porque cuando juega a paseo, o a comprar, o a visitar, siempre llama a sus amiguitas; pero cuando va a hacer dulces, nunca. Y una vez le sucedió a Nené una cosa muy rara: me pidió dos centavos para comprar un lápiz nuevo, y se le olvidó en el camino. Aclaremos. Lo que no recordaba era aquello que iba a comprar. Se le olvidó como si no hubiera pensado nunca en comprar el lápiz: lo que compró fue un merengue de fresa. Eso se supo, por supuesto; y desde entonces sus amiguitas no le dicen Nené, sino “Merengue de Fresa”. ¿Te imaginas? ¡Merengue de fresa! ¡Merenguito, ven a jugar con nosotras…!
El padre llega a casa. Nené sale corriendo a recibirlo con los brazos abiertos. Su padre la alza del suelo como quien coge una rosa del rosal, o como un pajarito que abre las alas para volar. Nené lo mira fija, con mucho cariño, como si le preguntase cosas. (Silencio profundo, pesado, abrumador, chispeante.)
Nené: Uhm… Papito.
Papá: Hijita (El padre la aprieta con mucho cariño. Él la mira con los ojos tristes, como si quisiese echarse a llorar), hijita.
El padre, reponiéndose con alegría, se monta a Nené en el hombro, y entran juntos en la casa, cantando el himno nacional.
Mientras la baja de su hombro.
Padre: Papito no trabaja bien el día que no ha visto por la mañana a su hijita.
Se acarician.
Apenas entran al estudio se interesan en los nuevos libros que trae su padre. Esa noche que hablaron de las estrellas trajo el papá de Nené un libro muy grande.
Nené: ¡Oh, como pesaba este libro!
Nené lo quiso cargar, y se cayó con el libro encima: no se le veía más que la cabecita rubia de un lado, y los zapaticos negros de otro. Su papá vino corriendo, y la sacó de debajo del libro, y se rió mucho de Nené.
Papá: (Ríe a carcajadas mientras la carga en sus brazos.) No tienes seis años todavía y, ¿quieres cargar un libro de cien años?
Nené: ¡Cien años tiene ese libro, y no le han salido barbas! (Nené acaricia el rostro de su padre como escenificando una barba). Yo vi un viejito de cien años, pero tenía una barba muy larga, que le daba por la cintura (Señala a sus cinturas el largo de la barba).
Nené: (Mientras se mueve por el estudio de su padre, ojeando otros libros sobre el escritorio). Y lo que dice la maestra de escribir, que los libros buenos son como los viejos (como queriendo imitar a la maestra en gestos y con voz ronca): «Un libro bueno es lo mismo que un amigo viejo».
Vuelven al libro que Nené había dejado. Juntos revisan aquellas historias e imágenes.
Nené: Cada estrella tiene su nombre y su color.
Papá: La estrella colorada se llama Antares; y la amarilla, Polaris ; y la azul, Centaris. La luz tiene siete colores… del azul al rojo va desde el más frío hasta el más cálido. Pero en las estrellas es al revés: las rojas son las más frías, mientras que las azules las más calientes.
Nené se levanta emocionada y deambula por la habitación; mientras pregona.
Nené: Y las estrellas pasean por el cielo, lo mismo que las niñas por un jardín.
El padre le interrumpe.
Papá: Pero no: lo mismo no: porque las niñas andan en los jardines de aquí para allá, como una hoja de flor que empuja el viento, mientras que las estrellas van siempre en el cielo por un mismo camino, y no por donde quieren: ¿quién sabe? (se acerca más a su niña) puede ser que haya por allá arriba quien cuide a las estrellas, como los papás cuidan acá en la tierra a las niñas. Solo que las estrellas no son niñas, por supuesto, ni flores de luz, como parece de aquí abajo, sino grandes como este mundo.
Nené: Y dicen que en las estrellas hay árboles, y agua, y gente como acá.
Papá: (Se encoge de hombros). En un libro hablan de que uno se va a vivir a las estrellas cuando se muere.
Nené: Y dime, papá, (enérgica) ¿por qué ponen las casas de los muertos tan tristes? (Silencio.) Si yo muero, (reflexiva) no quiero ver a nadie llorar, sino que me toquen música, porque me voy a vivir a la estrella azul.
Papá: ¿Pero, sola, tú sola, sin tu pobre papá?
Nené: ¡Malo, que crees eso!
Se acarician.
Cambio de luces, para resaltar el avance de la noche.
Continúan hojeando el libro, conversando y riendo hasta que bebé se duerme bien avanzada la noche, en los brazos de su padre. Porque esa noche no quiere dormir. A cada rato mira el libro grande que trajo su padre esa noche.
Papá: (Lleva a Nené en brazos, para acostarla. Reflexivo.) Los papás se quedan muy tristes, (Silencio. Niega con la cabeza. Besa a la niña en la frente) Ay, mi hijita. Los papás se quedan muy tristes, cuando se muere en la casa la madre (Mira al Libro grande, como si fuese a él a quien le hablara.) ¡Las niñitas deben querer mucho, mucho a los papás cuando se les muere la madre!
El papá mira el libro. Acuesta a Nené.
Nené: (Dormitando entre bostezos) Un libro de cien años.
Escenografiar la cama e iluminar todo el tiempo el libro y la cama.
El Papá también duerme junto a ella. Silencio (o tal vez un par de minutos de música de sueño). Se apaga la luz. Duermen.
Mañana. Al despertar. Papá se prepara y marcha al trabajo.
Cuando Nené despertó, en eso no más pensaba.
Nené: ¿Qué libro será ese? Uhm. ¿Qué libro será aquel, que papá no quiere que lo toque? ¿Cómo estará hecho por dentro un libro de cien años que no tiene barbas? (Habla con aires orondos imitando una señora de la alta sociedad) Papá está lejos, lejos de la casa, trabajando para que tenga casa linda y coma dulces finos los domingos; para comprarme vestiditos blancos y cintas azules; para guardar un poco de dinero (Con voz grave imitando a su padre). No vaya a ser que se muera el papá, y se quede sin nada en el mundo «la hijita». Sip. Lejos de la casa está el pobre papá, trabajando para «la hijita».
Nené sola.
Nené (pensativa): Mi papá deja siempre abierto el cuarto de los libros. Allí está mi sillita, donde me siento de noche en la mesa de escribir, a ver trabajar a papá. Cinco pasitos, seis, siete…
Ya está Nené en la puerta: ya la empujó; ya entró. El libro viejo sobre la silla, abierto de medio a medio.
Nené: (Desde la puerta, le habla al libro) ¡Las cosas que suceden! Como si me estuvieras esperando.
Nené se acerca pasito a pasito. Muy seria. Como cuando uno piensa mucho, que camina con las manos a la espalda.
Nené: Por nada en el mundo toco el libro: verlo no más, no más que verlo. (Cambiando de acento) Papá me dijo que no lo tocase.
Nené frente al libro.
Nené: El libro no tiene barbas: le salen muchas cintas y marcas por entre las hojas, pero esas no son barbas: ¡el que sí es barbudo es este gigante pintado!: Cuántos colores que tiene este gigantón. Como el brazalete que me regaló papá. ¡Ahora no pintan los libros así! Y la barba es muy larga, muy larga, del tamaño de la montaña. ¿Eh? ¿Qué es esto? Por cada mechón de la barba va subiendo un hombre, como sube la cuerda para ir al trapecio el hombre del circo. ¡Oh, eso no se puede ver de lejos!
Para ambientación: El gigante está sentado en el pico de un monte, con una cosa revuelta, como las nubes del cielo, encima de la cabeza: no tiene más que un ojo, encima de la nariz: está vestido con un blusón, como los pastores, un blusón verde, lo mismo que el campo, con estrellas pintadas, de plata y de oro.
Nene se acerca por completo. Lo toma con sus manos.
Nené: Tengo que bajar el libro de la silla. ¡Cómo pesa este pícaro libro! Ahora sí que se puede ver bien todo.
Ya está el libro en el suelo.
Nené: (En tono teatral) Son cinco los hombres que suben: uno es blanco, con casaca y con botas, y de barba también: ¡le gustan mucho a este pintor las barbas!: otro es como indio, sí, como indio, con una corona de plumas, y la flecha a la espalda: el otro es chino, lo mismo que el cocinero, pero va con un traje como de señora, todo lleno de flores: el otro se parece al chino, y lleva un sombrero de pico, así como una pera: el otro es negro, un negro muy bonito, pero está sin vestir: ¡eso no está bien, sin vestir! ¡por eso no quería papá que tocase el libro! No: esa hoja no se ve más, para que no se enoje papá. (Arranca la hoja) ¡Muy bonito que es este libro viejo!

Nené está ya casi acostada sobre el libro, y como si quisiera hablarle con los ojos.
Nené: ¡Por poco se rompe la hoja! Pero no, no se rompió. Hasta la mitad no más se rompió. (Murmura) Papá de Nené no ve bien. Eso no lo va a ver nadie. (Rompe otra hoja) ¡Ahora sí que está bueno el libro este! Es mejor, mucho mejor que el arca de Noé. (Se asombra sobremedida) ¡Ahhh! Aquí están pintados todos los animales del mundo. ¡Y con colores, como el gigante! Sí, esta es la jirafa, comiéndose la luna: este es el elefante, el elefante, con ese sillón lleno de niñitos. ¡Oh, los perros, cómo corre, cómo corre este perro! ¡Ven acá, perro! ¡Te voy a pegar, perro; porque no quieres venir!
Nené, por supuesto, arranca la hoja.
Nené: (Imita voz de señora) ¿Y qué ve mi señora Nené?
Nené: (Vuelve a emocionarse) Un mundo de monos. (Hojea) ¡Más monos! Un mono colorado juega con un monito verde: un monazo de barba le muerde la cola a un mono tremendo, que anda como un hombre, con un palo en la mano: un mono negro está jugando en la yerba con otro amarillo: ¡aquellos, aquellos de los árboles son los monos niños! ¡qué graciosos! ¡cómo juegan! ¡se mecen por la cola, como el columpio! ¡qué bien, qué bien saltan!
El papá llama desde la puerta. Nené no ve. Nené no oye.
Papá: ¿Hijita? Hijita mía.
Nené: ¡Uno, dos, tres, cinco, ocho, dieciséis, cuarenta y nueve monos agarrados por la cola! ¡se van a tirar al río! se van a tirar al río! ¡visst! ¡allá van todos!
Nené, entusiasmada, arranca al libro las dos hojas.
Papá: (Suspiro fuerte de contención) Hijita.
A Nené le parece que su papá crece, que crece mucho, que llega hasta el techo, que es más grande que el gigante del monte, que su papá es un monte que se le viene encima.
Nené está callada, callada, con la cabeza baja, con los ojos cerrados, con las hojas rotas en las manos caídas. Y su papá le habla.
Papá: ¿Nené, no te dije que no tocaras ese libro? ¿Nené, tú no sabes que ese libro no es mío, y que vale mucho dinero, mucho? ¿Nené, tú no sabes que para pagar ese libro voy a tener que trabajar un año?.
Nené, blanca como el papel, se alzó del suelo, con la cabecita caída, y se abrazó a las rodillas de su papá. (Si la niña actriz es grande, que haga esta acción de acercarse a su padre de rodillas (es solo un paso) para que el abrazo quede lo más bajo posible.)
El padre, consternado, la alza para que no esté más arrodillada.
La nené no acepta la caricia (no es que la rechace, solo que se mantiene contraída por el dolor), no se atreve a mirarlo.
Nené: (Aún recostada la cabeza sobre su hombro, sin mirarle a la cara) ¡Mi papá, papá de mi corazón! ¡Enojé a mi papito bueno! ¡Soy mala niña! (Mira al padre sollozando) ¡Ya no voy a poder ir cuando muera a la estrella azul!
Padre: Hijita mía.
Nené: Papito.
El padre la protege con un gran brazo.
Fin.
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